EI Paraná, que había sido hábitat y espacio de comunicación vital de los pueblos originarios, fue también el curso por el que penetraron y circularon los europeos que se instalaron en tiempos de la Conquista y que colonizaron sus márgenes configurando territorios frágiles, inestables y de fronteras precarias. La ruta del río, conquistada por el europeo, fue durante siglos la única que garantizaba cierta seguridad a su presencia intrusa y una vez afianzado su dominio, la vida colonial se estructuró en torno al eje fluvial.
La importancia que tuvo el río en esos siglos se puede, reconocer abordando algunas lecturas del Paraná de los conquistadores y el de los colonizadores,el de los mercaderes y los jesuitas, y el de comunidades vinculadas entre sí a través del río, que configuraron un espacio colonial de características regionales.
- Río ARRIBA: EL PARANÁ DE LOS CONQUISTADORES Y DE LOS CRONISTAS
La imagen grandiosa de casi 400 canoas navegando por el Paraná con más de 6.000 aborígenes que salieron pacíficamente al encuentro de los conquistadores españoles, entre los cuales se encontraba Ulrico Schmidl, puede servir para marcar el fin de una época en la historia del Paraná y el comienzo de otra. Aunque, en realidad, ese final había comenzado algunos años antes, con la entrada de los primeros conquistadores.
Los primeros europeos que remontaron el Paraná fueron Alejo García, Sebastián Gaboto y Diego Garcia de Moguer, al frente de expediciones que sucedieron a la de Juan Díaz de Sólís (1516), que se había frustrado en las costas del actual Uruguay.
.Entre 1524 Y 1525 Alejo García remontó los ríos Paraná Y Paraguay, atraveso e MatoGrosso y llegó al Alto Perú, de donde regresó aparentemente cargado de plata y oro, y con la información sobre las minas de plata que alentó la ambición de otros europeos. Muerto por los indios cerca del Paraguay, el mismo se convirtió en personaje de fábula.
El Paraná de Gaboto fue resultado de una transgresión a los objetivos autorizados por la
Corona: encontrar el camino a las Molucas. Ya para entonces, el río de Solís había comenzado a ser conocido como de la Plata, nombre que durante bastante tiempo también sirven para denominar por extensión al curso del Paraná. Alentando la fantasía de llegar a una sierra abundante en plata, en 1527 Gaboto remontó el Paraná, alejandose de su itinerario y apartandose del contrato que había celebrado con quienes financiaron su expedicion.
El fuerte de Sancti Spíritus, en la desembocadura del Carcaraña, fundado en mayo de ese año, fue señal física de ese incumplimiento; allí dejó a un grupo de hombres, continuó subiendo el Paraná en busca del camino que le llevara a la Sierra de la Plata y remontó el
Paraguay hasta el Bermejo donde, atenazado por el hambre y por los aborígenes, decidió volver río abajo, encontrandose con la flota de Diego García de Moguer
quien, también incumpliendo el objetivo de su expedición, habla entrado y remontado lo que genericamente llamaban Rֽío de la Plata. El encuentro entre García de Moguer y Gaboto se produjo treinta leguas antes de llegar a la desembocadura del Paraguay,
planteandose la discusión sobre los derechos que ambos creían tener a esa conquista. La destrucción del fuerte de Sancti Spiritus, ocurrida en septiembre de 1529, significó el fracaso de la expedición y forzó el regreso de Gaboto a España.
En su memoria, Diego García relata su itinerario por el Paraná y cuenta haber visto «muchas islas y arboledas», deteniendose en las vicisitudes de su encuentro con Gaboto y de las parcialidades indigenas que fue encontrando en el Litoral fluvial.
Más narrativo es Luis Ramirez, uno de los hombres de la expedición de Gaboto, quien en
la conocida carta a su padre describe el Paraná como un río «muy caudaloso» y que desemboca en el río de Solos «con veinte y dos bocas», expresión que utiliza para referirse al delta que forma antes de desaguar en el Rֽío de la Plata. Ramírez pondera la calidad del agua, diciendo que es «de muy buena agua, dulce, la mejor y más sana que se pueda pensar»; se asombra de sus islas: «Este río hace en medio, muchas islas, tantas que no se pueden contar» y de la abundancia del pescado: «El pescado de esta tierra es mucho y muy bueno». Pero anota también algunos contrastes: cuando escaseó el pescado él y sus compañeros debieron andar «de isla en isla pasando mucho trabajo, buscando hierbas y ésta de todo género que no mirábamos si eran buenas o malas», mientras que en otras islas encontraban caza en tanta abundancia como para «henchir los navíos».
Otro integrante de la expedición de Gaboto fue Alonso de Santa Cruz, más tarde cosmógrafo real y autor del conocido «Islario General de todas las islas del mundo» que dedicó a Felipe II. En su Islario describe al Paraná diciendo: «Es este río uno de los mayores y mejores del mundo. El río principal que los indios llaman Paraná, que quiere decir
más grande, tiene las islas mucho mayores [que las del Uruguay] .
Algunas tienen el nombre de los mayorales e indios que siembran en ellas». En su descripción de las islas señala que por ser bajas se inundan fácilmente durante las crecientes anuales, que son habitadas generalmente en el verano y que en ellas se siembra mucho maíz, pero que no se producen yucas, ages ni batatas. También dice «que son todas de mucha arboleda, aunque los árboles de poco provecho porque si no son para el fuego y para chozas que los indios hacen, para otra cosa no son» y destaca la presencia de palmas de todos los tamaños. De la fauna también trae noticias: «En algunas de estas islas hay onzas y tigres que pasan del continente a ellas y muchos venados y puercos de agua aunque no de tan buen sabor como los de España»; De las aves dice: «Hay muchos ánades, muchas garzas, que hay islas de tres y cuatro leguas de largo y más de una de ancho, que los árboles están llenos de ellas, muchos papagayos que van de pasada». Santa Cruz no puede dejar de señalar las «muchas pesquerías de muy grandes y buenos pescados» y destaca todavía más: «Péscanse alrededor de ellas muchos y diversos pescados y los mejores que hay en el mundo que creo yo provenir de la bondad del agua que es aventajada a todas las que yo he visto».
En la década siguiente los conquistadores españoles volvieron a remontar el Paraná, esta vez formaban parte de la expedición de don Pedro de Mendoza, el primer adelantado del Río de la Plata, alentados también por alcanzar las riquezas que había buscado Gaboto. El fracaso de la fundación del Puerto de Buenos Aires forzó la navegación del Paraná, priorizando la obtención de alimentos para una multitud de expedicionarios que habían experimentado las consecuencias del hambre.
De allí que Ulrico Schmidl, uno de esos hombres, hiciera la crónica de su viaje insistiendo en los víveres que les proporcionaban los pueblos originarios del Litoral .
- Río ABAJO: EL PARANÁ DE LOS FUNDADORES
Algunas décadas más tarde, la ruta de las fundaciones de ciudades, se recorrió en sentido inverso de los primeros conquistadores. Esta vez se hizo río abajo, desde Asunción, siguiendo los cursos de agua del paraguay,del Paraná y, finalmente, del Rֽío de la Plata. De las tres ciudades fundadas como parte de este proceso, la primera fue Santa Fe, en el curso medio del Paraná, en una encrucijada formada por el camino fluvial y las rutas terrestres que se dirigían al oeste hacia la provincia del Tucumán. La expedición comienza a organizarse cuando en noviembre de 1572, en el «alarde» realizado en Asunción, se anotaron los voluntarios que estaban dispuestos a salir a fundar. Los expedicionarios bajaron divididos en dos grupos, unos por tierra trayendo ganado y otros que partieron del Paraguay, en abril de 1573, al mando de Garay. En total fueron entre 76 y 80 hombres, la mayoría de ellos nacidos en la tierra, es decir paraguayos, y unos pocos españoles europeos. En la condición de aliados, también bajo un grupo de guaraníes. El domingo 15 de noviembre de 1573 se ofició el ritual solemne de la fundación.
La segunda ciudad fundada fue Buenos Aires, con un grupo de pobladores que también fue convocado en un «alarde» realizado en Asunción en febrero de 1580. La expedición partió al mes siguiente, río abajo, al mando de Garay, para encontrarse en
Santa Fe con quienes hicieron el camino por tierra arreando ganado vacuno. Desde allם volvieron a partir unos por tierra y otros río abajo, embarcados en la carabela
San Cristóbal de la Buenaventura, dos bergantines el «Santo tomás» y el «Todos los Santos»-, 40 balsas y algunas canoas. El 11 de junio de 1580 se formalizó la fundación de la ciudad de la Trinidad y Puerto de Buenos Aires.
La tercera y última ciudad establecida en tiempos coloniales en el eje fluvial fue Corrientes, fundada el 3 de abril de 1588 con el nombre de «ciudad de Vera», esta vez sí sobre el curso principal del Paraná en el paraje conocido como de las Siete
Corrientes. Nuevamente, los futuros pobladores partieron de Asunción, a bordo de dos bergantines, un bajel y cuarenta y ocho balsas. Por tierra, bajo Hernandarias, conduciendo ganado vacuno y yeguarizo.
Durante varios siglos, cada una de las tres ciudades actúa como centro de irradiación de asentamientos y poblados menores, nacidos bajo su influjo y dependencia en los territorios de su jurisdicción. Y en conjunto, las tres sostuvieron la presencia
española en el corredor fluvial, estableciendo entre si relaciones que marcaron la historia colonial en sus diversos aspectos, particularmente en los sociales y económicos y que dotaron al espacio de fuertes rasgos de identidad comunes y compartidos, Ese espacio colonial tuvo en el río su principal ruta de comunicación, por la que circularon hombres y mujeres, productos y bienes, hábitos, costumbres y creencias.
- 3. LOS PUERTOS
Y EL COMERCIO
Durante el período colonial, el curso del río Paraná configuró con el Paraguay y el Río de la Plata un eje de comunicación fundamental para la relación comercial entre las ciudades ubicadas en sus márgenes: Asunción, Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires.
Muy cambiante fue la situación del Puerto de Santa Fe, que por su localización estratégica
durante mucho tiempo fue el enclave natural adonde bajaban
desde Asunción productos y mercaderías. «Durante todo el siglo XVII -dice Juan Carlos Garavaglia- Santa Fe era indiscutiblemente el centro más importante de redistribución de la yerba» .
. Efectivamente, la ciudad había nacido como punto de articulación entre el Paraguay y el Perú, a través de la provincia del Tucumán; punto de confluencia que atraía a mercaderes de Córdoba, el Tucumán y el Alto Perú y de otras procedencias para adquirir yerba, tabaco, azúcar, miel, algodón, cueros, cera, que bajan en barcos desde el Paraguay.
Por ser un punto natural de arribada de los barcos paraguayos, durante décadas Santa Fe
no necesitó de disposiciones que reconocieran a su puerto como lugar de desembarque de mercaderías. Esa condición la perdió en las primeras décadas del siglo XVIII, ante el crecimiento del rol comercial de Buenos Aires y debido a otros factores, por lo cual los santafesinos, representados por don Juan José de Lacoizqueta que viajó a España
para ese efecto, gestionaron y consiguieron el privilegio de ser Puerto Preciso es decir, obligado en la ruta del comercio fluvial, mediante una Real Provisión de la Audiencia de Charcas de 1739, confirmada por una Real Cédula de 1743. La institución del Puerto Preciso obligaba a que las embarcaciones sólo podrían navegar con carga desde
Asunción y las misiones hasta el Puerto de Santa Fe, donde tenían que vaciar sus bodegas para que las mercaderías siguieran su rumbo por tierra, aún cuando su destino fuera Buenos Aires. En la práctica, la norma era eludida por embarcaciones que pasaban de largo por el Paraná, sin hacer puerto en Santa Fe, y que cuando llegaban al puerto de Las Conchas, en el delta, poco antes de llegar a Buenos Aires, lugar en el que las autoridades omitían verificar el cumplimiento de la norma. Otras embarcaciones entrabanal puerto santafesíno, ligeras de mercaderías por haberlas descargado en alguna de las islas del Paraná, de donde eran recogidas en el momento de continuar su viaje río abajo. El privilegio de Puerto Preciso fue suspendido en 1780, comenzando para Santa Fe una etapa de declive comercial.
Para la ciudad de Corrientes, fundada sobre un sitio elevado y en las márgenes del Paraná, también era vital su relación con el río: toda su comunicación con las otras ciudades y provincias se hacía por navegación fluvial, evitando el tránsito por áreas que se
mantenían en poder de grupos chaqueños o charrúas. Desde el punto de vista comercial, a los productos que bajaban del Paraguay, los correntinos agregaban tabaco, azúcar y miel locales; sin embargo, hasta 1760, el volumen de su comercio no era significativo. Para esa época, Bernardo López Luján (según cita Ernesto Maeder) dice que en Corrientes
no había más de cinco embarcaciones y aún así «apenas hallan suficiente carga de los frutos y esquilmos que produce la tierra para emprender la navegación», por lo que para completar su carga era necesario buscar productos en la provincia del Paraguay. Esta situación comenzó a mejorar en tiempos virreinales, cuando perdido el privilegio de Puerto Preciso por parte de Santa Fe, el principal destino de las naves salidas de Corrientes fue el puerto de Las Conchas en Buenos Aires (más de un 80% estima Maeder), seguido muy de lejos por Asunción (cerca del 10%), Santa Fe (3,5 %) y las misiones de guaraníes (2,7%). Por su parte, en el extremo sur del corredor fluvial, el puerto de
Las Conchas, ubicado sobre el Paraná de las Palmas, en la actual localidad de San Fernando, establecía el vínculo de la ciudad de Buenos Aires con las provincias de río arriba.
En ningún caso los puertos coloniales tuvieron estructuras construidas, simplemente se utilizaban fondeaderos naturáles donde las naves pudieran atracar, refugiarse ante eventuales vientos y cargar o descargar con alguna facilidad a las personas y mercaderías que transportaban.
Las mercaderías que circulaban entre estos puertos eran, especialmente, yerba, tabaco, miel de caña, azúcar y cueros.
El azúcar, de origen asiático, había sido introducida por los portugueses en sus colonias del Brasil y desde allí, habría sido llevada al Paraguay por Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Años más tarde, Asunción exportaba azúcar manufacturada, y a mediados del siglo XVII contaba con 250 trapiches de donde se extraía miel de caña, otro de los productos que circulaban por el Paraná.
A partir de 1660 la yerba desplazó al vino, al azúcar y al algodón como principal producto de exportación del Paraguay. La yerba crecía en estado silvestre en la región Maracayú, ciento veinte leguas al norte de Asunción; su elaboración o beneficio consistía en tostar los ramos de hojas de yerba a fuego lento sobre zarzas; luego, las hojas tostadas eran molidas a fuerza de brazos dentro de unos hoyos abiertos en el suelo y, finalmente, la yerba molida era introducida en sacos de cuero cerrados con costuras. Cada saco
constituía un tercio o zurrón de yerba y pesaba entre 6 y 8 arrobas.
Estos sacos de yerba eran transportados por las embarcaciones río abajo.
A principios del siglo XVIII, los guaraníes de las misiones jesuitas comenzaron a cultivar
sus propios yerbales y a no depender de los de Maracajú, convirtiendo a la yerba en su principal producto de exportación y en la mayor fuente de recursos para es obtener el dinero metálico con el que debían pagar su tributo al rey. En las misiones de guaraníes se elaboraba la yerba llamada de Caamini, que difería de la común por su forma de beneficio, ya que si bien procedía de la misma planta, luego de tostada y molida, era cernida y se quitaban los palos.
Núñez Cabeza de Vaca. Años más tarde, Asunción exportaba azúcar manufacturada, y a mediados del siglo XVII contaba con 250 trapiches de donde se extraía miel de caña, otro de los productos que circulaban por el Paraná.
A partir de 1660 la yerba desplazó al vino, al azúcar y al algodón como principal producto de exportación del Paraguay. La yerba crecía en estado silvestre en la región Maracayú, ciento veinte leguas al norte de Asunción; su elaboración o beneficio consistía en tostar los ramos de hojas de yerba a fuego lento sobre zarzas; luego, las hojas tostadas eran
molidas a fuerza de brazos dentro de unos hoyos abiertos en el suelo y, finalmente, la yerba molida era introducida en sacos de cuero cerrados con costuras. Cada saco
constituía un tercio o zurrón de yerba y pesaba entre 6 y 8 arrobas.
Estos sacos de yerba eran transportados por las embarcaciones río abajo.
A principios del siglo XVIII, los guaraníes de las misiones jesuitas comenzaron a cultivar
sus propios yerbales y a no depender de los de Maracajú, convirtiendo a la yerba en su principal producto de exportación y en la mayor fuente de recursos para obtener el dinero metálico con el que debían pagar su tributo al rey. En las misiones de guaraníes se elaboraba la yerba llamada de Caamini, que difería de la común por su forma de beneficio, ya que si bien procedía de la misma planta, luego de tostada y molida, era cernida y se quitaban los palos.